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Si la vida me ha enseñado algo es que siempre existen luces y sombras. Lo que una vez me pareció de locos hoy creo que es la mejor decisión que podía tomar.

La historia, como muchas veces ocurre en la vida de una mujer, comienza con mi padre, un emprendedor que dedicaba muchísimas horas a su negocio.Recuerdo verle poco entre semana o no poder irnos más de una semana de vacaciones porque el negocio le necesitaba. Pero, todavía más presente tengo el efecto que su ausencia provocaba en mi madre. 

Eso me llevó a pensar que la seguridad de un puesto de empleo en el que la responsabilidad de todo fuera del propietario era mucho mejor.  Y actué en consecuencia.

Tras estudiar Ingeniería Informática, empecé a trabajar en una consultoría tecnológica. Podría parecer que lo tenía todo: un trabajo, un sueldo y una vida estable.

Al poco decidí dejarlo y viajar. Los primeros años pasaron rápido. Había decidido ganarme la vida como instructora de submarinismo y necesitaba sacarme algunos cursos. El estilo de vida tropical y todas las experiencias y viajes que viví en el proceso calmaron mi sensación de estar perdiéndome algo. 

Pasé algún tiempo buscando trabajo en diferentes destinos. Dejaba mi currículum, me llamaban y, si les gustaba, me ofrecían trabajo a comisión. Pronto decidí que aquello no era vida a largo plazo.

Tocaba reinventarse. Decidí sacarme el máster de Educación y, así, ejercer como profesora en cualquier centro educativo. Dicho y hecho. Un año después estaba cubriendo sustituciones como profesora de informática.

Aunque el trabajo era cómodo, con un buen horario y mejor sueldo, me hacía muy infeliz. No me sentía realizada y el contacto con adolescentes era complicado y muchas veces agotador. 

Un año después decidí, una vez más, reinventarme. Y no sería la última vez. 

Pasé los siguientes cuatro años aprendiendo diferentes habilidades que conformaran el currículum de los sueños de cualquier empleador.

Quizá si no hubiera sido madre no estaría aquí poniéndome la etiqueta de emprendedora. Pero el nacimiento de mi hija cambió mi vida, me cambió a mí; lo cambió todo.

El mayor challenge en cada reinvención siempre había sido comenzar desde cero. La falta de experiencia, los bajos sueldos, etc, condiciones que a ciertas edades y en ciertos momentos resultan aceptables.

Pero, cerca de los 40 y con una hija, ya no lo son.

Dar vueltas al globo y reinventarme profesionalmente y académicamente tantas veces me ha dado mucho más que una historia que contar. Esas soft skills que no aparecen en el currículum: la comunicación, la resolución de problemas y conflictos, la inteligencia emocional y, sobre todo, el autoconocimiento. Creo que profesionalmente no hay nada que no pueda hacer; y si necesitase algo que no sé, lo aprendería.

Por ello, hace algo más de un año, recién aterrizada en Londres, tras analizar el mercado laboral y su precariedad, sentí que era el momento de valorar la posibilidad de emprender. 

Con mucho miedo, pero con muchas más ganas, busqué cursos sobre emprendimiento que me permitieran completar mis habilidades.

Dicho y hecho (otra vez). Hoy soy autónoma y he montado mi propio negocio. Regulo mis horarios y mi ritmo de trabajo; puedo dedicar a mi hija y a mi familia el tiempo que deseo. Pero nada es perfecto: para facturar se necesitan muchas horas y aceptar algunas situaciones que no son de mi agrado.

Sin embargo, ya no siento esa falta de reconocimiento que me pesaba tanto. Ahora me reconozco a mí misma. Admiro mi capacidad y mi fortaleza

Si sale mal, pues no pasa nada. Ya me reinventaré otra vez; y las que hagan falta.

Naroa Juaristi