Cuando llevas la mayor parte de tu vida haciendo lo que simplemente se supone que debes hacer, sin atreverte a más porque no te crees capaz o sin ni siquiera preguntarte si lo que estás haciendo te hace feliz es posible que el cómodo, accesible y extendido conformismo se haya apoderado de ti.
También es posible que vivas en completa desconexión de tu esencia pero tú no lo sepas. A veces, como yo misma pude experimentar durante unos años de mi vida, una acción lleva a la otra.
Corría el año 2012 y yo, embriagada por los nervios y la emoción que se sienten cuando sabes que un día es especial, me subí a un autobús que me llevaba a la finca donde tendría lugar mi graduación.
Mirando por la ventanilla, pasé, lo que para mí fueron horas, recordando la intensidad de los cinco años anteriores.
Sevilla. La ilusión con la que un día hice las maletas para irme para allá. Y es que Sevilla siempre será para mí una ciudad de primeras veces: la primera vez que viví fuera de mi casa, la primera vez que sentí la ansiada libertad, la primera vez que conocí tanta gente nueva, la primera vez que dediqué todo un fin de semana a hacer una maratón de películas con amigos… Es, además, la ciudad de las primeras decepciones y de los primeros desengaños, también conmigo misma.
En aquel autobús también sentí miedo. Había llegado el momento de saltar al mundo laboral y yo no podía estar más aterrada.
¿Qué agencia de publicidad iba a contratar a una chica de 23 años sin ninguna experiencia laboral y con una obesidad extrema?
Ahora entiendo que yo misma escribía mis límites, sin ser consciente de que mi propia gordofobia se adueñaba de mí y manejaba las riendas de mi vida.
Creía que solo necesitaba adelgazar para ser feliz.
Necesitaba gustar a todo el mundo y, estaba convencida, ser delgada sería la solución.
Me puse a ello. Mucho esfuerzo y sacrificio, pero 70 kg menos y con la misma falta de autoescucha o más, no encontré esa felicidad.
Yo no encontré la felicidad en un cuerpo delgado.
Pero entonces, ¿qué estaba pasando si ya entraba en una talla 40 y absolutamente todo el mundo me elogiaba por lo guapa que estaba físicamente? ¿Por qué yo no era feliz?
La gente no sabe en qué situación interna te encuentras, no sabe cómo está tu salud física y mental, solo te aplaude por todos los kg que te has quitado de encima.
Y créeme que esto es lo más normal del mundo. Porque la gente, al igual que tú y que yo, ha crecido en una sociedad que aplaude los cuerpos delgados y rechaza los gordos.
Vivimos inmersos en la cultura de la dieta, que fomenta la insatisfacción con tu cuerpo siempre y que te propone estereotipos de belleza ideales que nada tienen que ver contigo.
Ahora veo mi falta de entendimiento de entonces. Me había acostumbrado tanto a hacer lo que se esperaba de mí, que eso me mantenía completamente alejada de mi autoconocimiento.
No estaba cuidando de mí, porque no sabía qué era lo que realmente necesitaba. Vivía absorbida por la cultura de la dieta, matándome a hacer deporte y prohibiéndome disfrutar de la comida, pero también de los demás y, eso, no podía acabar bien.
Es muy duro pasar por una obesidad mórbida, por varios desengaños, por una cirugía bariátrica, por trabajos con condiciones poco acordes a tu nivel de estudios, por una pérdida descomunal de peso, por un desconocimiento absoluto de las señales físicas de tu cuerpo y por un sacrificio y esfuerzo constante creyendo que eso es lo que tienes que hacer para ser feliz y ver, que cuando llegas ahí, sigues sin serlo.
Hasta que un día, empecé a cuestionar las creencias que me habían estado acompañando todos los años de mi vida porque me sentía estafada por el mundo y entonces, entendí conscientemente que el problema no era otro que la falta de escucha conmigo misma.
Pero también es realmente bonito, haber pasado por todo esto para comprender quién soy yo, qué quiero y darle prioridad, para cuidarme y por fin, ser feliz.
Por otro lado, es curioso que, lo que para otros parezca un auténtico abismo, se haya convertido para mí en la mayor oportunidad de mi vida.
La realidad es que no fue hasta hace un año, en plena pandemia, cuando entendí realmente lo que valía mi tiempo. El confinamiento fue para mí, la oportunidad de plantearme salir, por primera vez, del conformismo en el que había estado estancada durante años.
Ese conformismo que abrazamos por el miedo que tenemos a perder lo que ahora tenemos, por el miedo al rechazo, a no conseguir aprobación externa… Lo que nos lleva a vivir cada día sin ilusión, sin energía, sin gratitud por lo que estamos haciendo, y lo más importante, sin respetar nuestras necesidades.
El mismo conformismo que a mí me llevó a trabajar en lugares que no quería porque, simplemente, pensaba que era lo que debía hacer: trabajar de lunes a viernes en una oficina, echando 40 horas, acarreando muchas obligaciones y ganando 1.000€.
Nunca lo había tenido tan claro.
El mundo se estaba derrumbando, pero yo me sentía bien, porque estaba conmigo misma y, por primera vez, desde la necesidad de sentirme realmente realizada, manteniéndome fiel a mis principios, entendí cuál era mi misión: aportar mi granito de arena al mundo, divulgando mi historia, para ayudar y acompañar a todas esas personas que sientan la misma desconexión en la que yo viví tantos años.
2020 será un año recordado en la historia por habernos demostrado que no se puede tener el control absoluto. Pero lo que jamás nada, ni una pandemia mundial; ni nadie, ni la persona más poderosa del mundo podrá impedirnos, es que nos preguntemos quiénes somos y qué es eso que nos hace felices.
Cristina Alonso.
Puedes seguir a Cristina en @unahistoriasaludable.
Y lo mejor de todo que a pesar de esa lucha interna durante años nunca perdiste la sonrisa ni de ser una gran amiga, eres la mejor, ¡te quiero!