Seleccionar página

Hoy os cuento a qué me refiero con eso de “emprender por amor”.
Cuando hablo de amor, hablo del que tenía a un trabajo que adoraba con unos alumnos fantásticos que me enseñaron muchísimo. Al contrario que otras personas, mi decisión no viene motivada por estar en un empleo desagradable donde no me sintiese cómoda o realizada. En mi caso, el emprendimiento supone la pérdida de rutinas, espacios, compañeros y estudiantes que asumo con cariño y responsabilidad porque es mi elección. También, por supuesto, atreverme a vivir en otro país, en otra cultura y, sobre todo, en otro idioma, algo que siempre me había atraído y que había intentado en otras ocasiones sin éxito. 

Es amor cuidarse y protegerse antes de decidir hacer el viaje. Por eso, investigué, pregunté, evalué y analicé las ventajas y desventajas posibles. Así, llené mi libreta de respuestas y argumentos para cuando empezaran los miedos, las dudas y me aseguré de tener la autoconfianza cargada y el autoreconocimiento listo.

También fue amor revisar las posibilidades existentes, evaluar qué quería y qué necesidades concretas tenía en el ámbito económico. Analicé mi historia personal con el dinero. ¿Cuáles eran mis límites? ¿Hasta dónde estaba dispuesta a que bajaran mis finanzas?

Emprendo desde el amor porque mi decisión de emprender responde a cuidar mi parte emocional permitiéndome volver cuando quiera a mi primera casa, donde viven mis padres todavía, y a mi ciudad, donde están mis familiares, mis amigos, los conocidos y los sitios que me han visto crecer y en los que encuentro la comodidad de lo reconocible. Después de haber vivido en seis ciudades diferentes a la propia, reconocer mis necesidades es fundamental. Cada uno tenemos unas diferentes. Hay gente que pasa un año voluntariamente sin ver a sus padres y a mí me resulta inconcebible, por mucho que lo tachen de “mamitis” o poca independencia. Reconocer mis limitaciones y deseos es amor hacia mi misma.

Voy por el segundo intento de emprendimiento y apenas le di alas al primero. Pero he necesitado mucha compasión para renunciar a aquellas ilusiones. No fue fácil despedirme de mi empresa de tres vías con un cuatro posibilidades cada una que fui incapaz de presentar al mundo. Tampoco reconocer que no iba a recuperar el tiempo, el esfuerzo, el cariño y el dinero que había invertido en aquellos planes. Repensar todo aquello para que no fuera perdido, sino una inversión que no había dado los resultados esperados, pero ayudaba a materializar la siguiente apuesta.

Tuve que parar todo. Desde entonces, he pasado días hablando conmigo misma, imaginando y construyendo otros proyectos. No sé las veces que me he replanteado cómo iba a ser mi emprendimiento. Cada vez tengo más armas, porque cada vez tengo más claro cuál es mi camino. 

Y así, paso a paso, poco a poco, sin dejar de trabajar en lo que me iban pidiendo, he ido amueblando mi habitación propia con las cosas que son importantes para mí. Creencias, incomodidades y valores han sido analizados y explorados; unos descartados y otros se han convertido en base de mi emprendimiento.
A duras penas pago cada mes el seguro médico, que sería el equivalente a la cuota de autónomos. Pero disfruto cada paso como si fuera el único. Y reconozco mi esfuerzo.

Emprendo por amor a lo que he sido, a lo que soy y a lo que quiero ser

Ítaca es mi promesa y navego las aguas de un viaje largo lleno de tormentas, curvas y peñascos.