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Cristina Alonso se define a sí misma como una apasionada de la vida consciente y saludable. Esta almeriense de treinta y dos años, adora la comunicación y la escritura.

La vida de Cristina estuvo marcada durante mucho tiempo por una relación poco saludable con la comida. Pero en la España de los 80 para tratar la gordura solo se pensaba en dietistas y endocrinos. Aunque no recuerda el número, sí que visitó a muchísimos de ellos intentando cambiar el sobrepeso que tenía.
La importancia de estos recuerdos no está solo en lo que significaron para ella, sino también en las lecciones que dejan para la reflexión: el papel de las familias en el vínculo que los niños crean entre emociones y alimento es fundamental.

Cristina cuenta que su merienda para ir a la playa siempre era diferente, no solo a la de los otros niños, sino también a la de su hermana. En su caso, siempre eran versiones light, tan de moda en los ochenta y noventa, hasta que estudios de la primera década de los dos mil confirmaron que su falta de grasa los hacía menos saciantes.
También recuerda cuál fue uno de los regalos que recibió para su primera comunión: patatas fritas con huevos. Para ella, acostumbrada a estar a régimen, poder cenar su plato favorito era uno de los mejores planes del mundo.
Estas restricciones y la creación del vínculo comida-premio provocaron en ella, entre otras, la creencia de que la comida había que ganársela. Esta idea le pasará factura más adelante.

A pesar del sobrepeso, Cristina no tuvo problemas de adaptación en el colegio y siempre fue una más entre sus amigos. Se contaba entre los populares del colegio y no se sintió atacada por su físico. 

Al terminar el instituto, se trasladó a Sevilla para estudiar Publicidad y Relaciones públicas. Muy pronto se dio cuenta de que la imagen personal jugaba un papel muy importante en la carrera que había elegido y gran parte de sus compañeros y profesores le prestaban mucha atención.
Aquellos primeros años de universidad de libertad absoluta sin control dietético, junto a la incomodidad de estar en un entorno que no favorecía su amor propio, no ayudaron a mejorar su relación con la comida. Cristina fue engordando paulatinamente tras entrar en una espiral de inseguridad y malestar.  

Unos años más tarde, cuando salió al mercado laboral, pensó que su imagen fuera del canon estético del momento le dificultaría convertirse en la publicista que había soñado. 

En un momento dado, llega la que Cristina pensó que sería su salvación: una cirugía bariátrica. Antes de la operación, visitó a un endocrino que, además de una falta de tacto infinita asumió ciertos hábitos en ella totalmente incorrectos. Y dio por hecho, sin conocer su contexto, su situación psicológica o su relación con la comida, que su caso no tenía solución y que en el futuro recuperaría lo que había engordado.
Cristina echó en falta en aquel momento el apoyo y la empatía que hubiese sido de esperar recibiera una persona que, como ella, estaba a punto de sufrir una intervención que cambiaría para siempre su forma de comer. Y es que el mundo médico parecía esperar que su comportamiento con la comida cambiase automáticamente, sin tener en cuenta las implicaciones emocionales, por el mero hecho de pasar por una operación. Pero nadie le dio pautas de mentalidad con las que poder enfrentarse a ese cambio.

Tras perder cuarenta kilos, Cristina recuperó cuatro o cinco y se dio cuenta de que había llegado el momento de empezar a cuidarse y a prestarse atención. En aquel momento eso se tradujo en comer comida sana y hacer deporte a tutiplén, sin mirar más allá. 

Logró ser delegada, la ilusión de su vida, y, tras perder setenta kilos, descubrió que no era más feliz que antes. La obsesión por sesiones intensivas de ejercicio y comida llena de restricciones, es decir, de vivir dentro de la cultura de la dieta no le permitía disfrutar del momento y la mantenía desconectada de sí misma. De nuevo, se puso manos a la obra, buscando cambiar sus nuevos hábitos por otros sostenibles en el tiempo que le permitieran sentirse a gusto y en sintonía con quien era. Cansada de seguir en esa rueda, reconoce que perder setenta kilos no le dio la felicidad, pero sí la oportunidad de conocerse

A día de hoy, Cristina comunica y divulga en redes sociales a través de su proyecto “Una historia saludable” donde comparte consejos de hábitos conscientes y saludables. Es su apuesta de acompañamiento para aquellas personas que en un proceso de cambio de hábitos sientan la necesidad de hablar con alguien que realmente les entienda. Por si todavía no te habías dado cuenta, ella tiene empatía a borbotones.

Cristina se despide con su particular descripción de lo que, para ella, significa La Increíble Sensación de Venirse Arriba: “ese momento en el que conectas con tu esencia y descubres qué es eso que te hace feliz

Naroa Juaristi