Ser feliz es mi objetivo vital, el que siempre quise y el que, aún, quiero alcanzar .
Un 21 de marzo de 1989 vine a este mundo a ser feliz, a pasármelo bien, a disfrutar de esta experiencia. Por delante tenía toda una vida de aventuras por vivir y me parecía lo máximo.
Lo sé porque lo recuerdo; un día en un ejercicio volví a esa emoción. En el mundo en el que yo nací, la felicidad, además de en jugar, en la familia y en los amigos, parecía estar al otro lado de la puerta, al alcance de todos.
Antes de atraversarla crecías, ibas al colegio, a la universidad, eras responsable y te preparabas para el día en que la debías cruzar : el día de tu graduación. Esa puerta simbolizaba el momento en el que terminabas tus estudios y, por fin, entrabas en el gran océano del «mundo laboral».
Desde pequeña he soñado a lo grande; así que en mi mundo laboral ideal yo vivía en Nueva York, trabajaba en un rascacielos acristalado con mi falda lápiz y andaba siempre en tacones.
Soñaba con ser tan exitosa que podría comprarle un yate a mi padre, como él solía bromear que haría.
Creía que era capaz de absolutamente todo lo que me propusiera y que lo único que tenía que hacer era trabajar duro y ser la mejor para conseguirlo.
En el camino, me di cuenta de que no quería trabajar para otros y de que quería ser yo mi propia jefa. ¿Cómo no iba a hacerlo? ¿Por qué no ser yo quien decidiera qué hacer cada día y cuánto ganar?
Tenía mucha confianza en mí misma y sabía que, cuando me enfocaba en algo, el resultado era mejor de lo que se esperaba de mí; así pues, el trabajo no iba a ser menos.
De pequeños todos tenemos muchas ideas sobre nuestro futuro. En mi caso, crecí viendo muchas películas y leyendo muchas revistas que hablaban de una vida ideal que, años más tarde descubrí, no era real.
Yo siempre había pensado que si seguía, si perseveraba, llegaría al otro lado de la puerta y sería feliz.
Empecé a estudiar Administración y Dirección de Empresas con la idea de aprender a montar mi propia empresa. Nada más lejos de la realidad.
Cuando me gradué, me di cuenta de que no tenía ni los recursos, ni el conocimiento para «montar una empresa». Al salir al mundo laboral, me encontré que, aquí en Madrid (y en tantos otros sitios), solo se puede malvivir con el sueldo que te pagan y la cantidad de trabajo que te exigen.
Comencé mi viaje por los diferentes cursos online, los trabajos que eran de “lo mío» y las prácticas no remuneradas para cumplir mi objetivo: tener mi empresa y ser feliz.
Todos ellos me decepcionaron. En cada uno sentí que yo había hecho mi parte pero no recibía lo prometido. Y, además, la vida, con la que no contaba, se puso demasiadas veces de por medio.
Como buena aries, soy muy impaciente y terca: cuando quiero algo no paro hasta que lo consiga. Y no voy a parar hasta ser feliz.
¿Quiere decir eso que ahora no soy feliz? Al parecer sí, todavía me estoy reconciliando con lo que eso significa.
Tiene pinta de que el cliché va a ser cierto y de que la felicidad no está en el destino, sino en el camino. Sin embargo, ahora mismo, con 32 años y sin todo aquello con lo que soñé de pequeña, no puedo decir que soy feliz. No soy y no me siento feliz.
Soy y me siento afortunada, pero no feliz.
Y sé que no lo seré hasta que, por fin, me sienta dueña de mi vida y sea yo la que lleve las riendas.
Y por eso estoy emprendiendo: para ser feliz.
Rebeca Moyano Sanz
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